Y lo sabía. Por infrecuente que parezca, había aprendido. Aprendido que perder no duele ni parecido, ni análogo, ni similar al dolor de echar a perder. Uno echa a perder esperando el castigo, el dolor por saberse contravibrante, malo, mezquino, perverso, canalla, ruín. Con las cosas, con lo viviente, con lo existente, con lo pensado, él había llegado a la paz de quien la pérdida no le quita del todo, no vacía, ni la ganancia llena. Habiendo introyectado el lema de las bibliotecas ancestrales (si pierdes, no pierdas la lección), había aceptado parte del destino que significaba juntar el arquetipo con la realidad, cambiar el paradigma desde el anterior paradigma y revolucionarlo hasta convertir en masculina la máxima invención femenina: el amor.
24 jun 2015
Melólogo
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