18 feb 2015

22

22

Seguí el pasillo más críptico de la biblioteca. Era el ala numérica. Mientras caminaba, sentía que ese era mi sendero de vida. Los números allí organizados, eran la coherencia organizacional, fundacional, de lo existe. Mientras el valor era absoluto, el marco de referencia para valorar era cambiante. Las relaciones numéricas que inauguraban la existencia, partían de poder mantener la característica más allá de lo absoluto, siendo un devenir arbitrario del marco referencia.

Pasé por el cero que lo era todo; el uno, individual y brillante: el dos genitivo; el tres social y edípico; el cuatro hacedor; el cinco de la libertad y la acción; el seis amoroso y consensual; el siete intelectual; el poder y abundancia del ocho; el nueve persistente y generoso, espiritual y global. Pasé por todos esos senderos como si ya los hubiese andado. Los números continuaron apareciendo. Entonces noté un estado atractor, fractalicio. El 11, 33, y de repente... un esquivo 22. Desordenado, él me había alcanzado. Era mi número, número maestro, lleno de trabas y dificultades, pruebas casi Kármicas para acceder a tan maravillosa vibración. Número de cambio global, de metamorfosis, hacedor de lo hecho para ren-hacerlo, ren-acerlo, recién-hacerlo.






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