10 mar 2016

Asper I

Asper nació con una mielogénesis brutal. Sus distintas fases de desarrollo navegaban juntas, pero priorizándose dependiendo de la importancia y la maduración. En el encéfalo de Asper, las fases se fueron desfasando, encabalgándose unas sobre otras. Cuando comer era la fase en desarrollo, Asper ya andaba controlando sus esfínteres, cuando tocaba dominar los esfínteres, concitaba a sus genitales.

Asper no había hecho perfectivo ninguno de esos estadíos. Instigado por sus criadores, tampoco articuló palabra. No podía. No había dado tiempo durante el desarrollo motor (desde la arrítmica coordinación inicial corporal) a incorporar el pegamento básico de su imagen. Una imagen por partes, por brazos, por piernas, por cabeza, por alguien más a quien sonreía al reconocerse. Dicha imagen se constituyó en su cerebro a partir de sus neuronas espejo, desarrollando -en un correcto ordenamiento- una virtualización de lo percibido en el exterior, pero sin poder juntarse. El hecho es, que su cuerpo, su globalidad, su todo él, su yo, su Gestalt, era toda ella mentira. Había que intervenir para unificar todo este desmembramiento literal, pero no llegó auxilio. Ni una ambuesta de simbolismo había llegado apenas a juntar virtualmente las suturas de la percepción imaginaria de Asper. Cierto desamparo, amorfia familiar, favorecían tan dañinas condiciones, para una mente hiperconectada.

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