8 oct 2015

Cesura

Sus  ojos, entre glaucos y zarcos, daban crédito a la calipedia de sus padres. Ella no era de otro mundo, sino de otra constelación o quizá más allá, de algún cúmulo de bellezas. Bajo su vibración, todavía ignorada, subyacía una ♍︎  con blanca piel y un delicado y tenue tostado añadido por Alfa Virginis. Metódica en lo importante, a medio camino de desprenderse del espejo, de atravesarlo para no verse reflejada, Ficare la atrapa en su solución fálica al ciento por cien. Disuelta en las diferencias constitutivas intra especie y bajo la influencia de la quimérica receta de lo imposible, declama una libertad que no es más que el capricho del deseo de desear, el juego mortal de satisfacción que contiene la insatisfacción permanente. Mientras, él habla del amore; ella entiende L'Arôme; ya ve fallida la masculinidad de él por causa de la asociación del amor con la feminidad. Así como Sísifo volvía a por su piedra después de subirla, ella solo amaría a un hombre que no percibiera femenino y por femenino sentía el amor -aunque lo entendiese como deseoso-; no amaría a un hombre que la amara, cuando la verdad es que hay que ser muy hombre (aun cuando ser un hombre no tenga cantidad [se es o no se es]) para dejarse sentir completo con y por la persona que se ama o incompleto por su falta. 
Ella, disuelta en el encé-falo de Ficare, en su mente dieléctrica, da una solución masculina para un problema femenino. ¿Acaso la envidia de la diferencia es quién se interpone entre ella y su feminidad? Daba igual. Sus senos llenos de la láctea vía, derraman estilicidiamente el deseo sacado a dentelladas por su amante.

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