15 jun 2018

El Mapa de la Oscuridad III


La primera vez que Valya cogió un transporte para Tau Ceti-e no sabía por qué había sido elegida. La verdad es que no tenía demasiadas ganas de viajar 11,9 años luz sin saber para qué. La última vez que había utilizado un sistema latente no había despertado demasiado bien. Su 1,75 de altura no era el problema, ni su complexión atlética; era algo más tonto, Su grupo sanguíneo y una determinada  proteína culpable por su escasez de que coagulase mal; sí, provocaba un mayor desarrollo de materia gris en ciertas zonas cerebrales o menos problemas de páncreas, pero a cambio la sangre traspasaba con mayor facilidad los capilares sanguíneos y eso era un auténtico problema en caso de accidente o para permanecer largos periodos en el Sistema Latente. El SL tenía dificultades para mantener en óptimas condiciones al grupo sanguíneo O y despertar podía ser toda una aventura arriesgada. Viajar así era  obligado especialmente porque no se sabía como hacer viajar a una gran cantidad de personas a través de los agujeros de gusano. De todo lo que nos habían trasmitido en el primer contacto no habíamos sido capaces de desarrollar dicha tecnología en gran escala. Nuestros tecnólogos creían llegar a entender que desarrollando una fuerza nuclear superfuerte para contener más de 172 protones se podría crear un superelemento que con toda esa masa pudiera doblar el espacio y cambiar alguno de los ejes del tiempo. El hecho es que Valya viajó obligada por Orestes, muy a su pesar.

Seis meses antes Valya recibe un mensaje. Había terminado la formación en filosófica matemática filosófica a los 16 y el doctorado se lo ventiló en dos meses justo antes de cumplir los 17. Un doctorado escueto pero contundente basado en la antropía y las posibilidades evolutivas y que sorprendió a todo el tribunal. Ahora tenía 32, llevaba 15 años buscando un libro y estaba a punto de cambiar toda su vida. Había subido a 4.000 metros para entrar en una sala no muy grande llena de ánforas y arenas pintadas, dos tapices con dibujos de montañas y un suelo empedrado y frío. Al agacharse para entrar la puerta se abrió sola y su jersey se enganchó en un saliente, haciendo una pequeña herida en su brazo. Ya dentro de este santuario que era, al fondo estaban las cuatro puertas del destino y solo una puerta llevaba al libro que ella buscaba.

–Llegas tarde, Valya.

–¿Quién es usted? ¿Cómo voy a llegar tarde? ¿A qué llego tarde?

–Tarde para el desvelo de Tot.

–¿Desvelo?

–Develar la existencia de Tot.

–Yo solo vengo por un libro.

–Será: El Libro.

–Lo qué usted quiera, no sé cómo se llama.

–¿Y cómo sabrás qué es el libro que buscas?

–Lo sabré. Llevo mucho buscando y creo que él me encontrará a mí.

–Pasa entonces, pero elige bien la puerta, porque en cada una de las cuatro estancias el libro se acomoda y cambia. Solo hay una en el que el libro es el faro, el todo.

–¿Y las otras tres?

–Son las salas del deseo, el goce y el estrago. El libro muta en cada una de ellas versionando en angustia, no-todo y sin límites.

–¿Por qué yo? ¿Por qué me esperabais y por qué antes?

–Primero el libro.

–¿Primero el libro? ¡Vale!


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