5 jun 2018

El Mapa de la Oscuridad I

No fallaba fallar. Era una época como cualquier otra, siempre poca, escasa y agotadora. Algunos habían visto los patrones de la crisis, la tendencia, la moda imperante y sin embargo no fue suficiente. El agotamiento del sistema afectaba a la propia supervivencia y la amenaza distópica era una manera de ir preparando un nuevo futuro. Un futuro siempre nuevo, porque normalmente el pasado no quiere hacerse responsable de él. ¿Y cómo fue ese pasado siempre presente? La economía iba comiendo todos los recursos a su alcance para mantener la constancia en el crecimiento, como si de los dinosaurios se tratase, con enormes empresas, corporaciones ávidas de información y recursos que unos pocos administraban y gestionaban austericidamente para el reto mientras se les vendía la teoría de juegos y el cuento de que el benificio podría ser repartido entre todos. Empresas cercetas, empresas con una organización que se autoregulaban disimulaban a las empresas naranjas que lo fagocitaban todo. La evolución del trabajo era el fin del trabajo y en esta transición la protección social tendía a disminuir para facilitar la salida del excedente de población. Con el tiempo descubrí que había dos clases de civilizaciones: las que llegaron a producir más que consumir y las que consumían más de lo que producían. La nuestra, por desgracia, era absolutamente extractiva, consumía más de lo que podía producir y la tecnología no estaba enfocada más que al control de los consumidores mientras fueran necesarios.

Nos vimos obligados a salir fuera del planeta para poder dar salida a toda nuestra mierda, que ya lo ensuciaba todo. No era estiércol productivo, sino material yermo y exicial que acababa con todo rastro de vida a su paso. El plástico era el mayor componente de este detritus junto al CO2. Como si el plástico no se hubiese podido cambiar por cualquier otra cosa más degradable. Plástico de mierda, como buen derivado del petróleo, se le impuso a los consumidores para sustentar ese avance. Fue la época de los superhéroes en la pantalla. La verdad es que destriparon los cómics basándose en la tercera ley de Arthur C. Clarke: "cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia". Un desastre de ley, porque la construcción de la subjetividad de nuestra especie se fundamenta en el mito, en el representante simbólico, en la imposibilidad de ser igual que el otro, en todo caso semejante y ni tan siquiera. Y con la locura de la certeza, era así. Cuando por fin hubo el primer contacto, tal como Sagan predijo, todo el sistema de trasporte fue construido por otros que estuvieron anteriormente, que se fueron y esperamos que vuelvan alguna vez. Eso es el mito dentro de la ciencia, algo que está en otro nivel cuántico y que nos maravilla.

Os cuento esto, porque me tocó vivir la época de la esterilización de la especie antes de que algunos de nosotros pudiésemos seguir nuestro camino, abandonando el planeta y ayudar a establecer el equilibrio que se jugaba en la galaxia. Como digo, la época de la esterilización fundamentalmente había adquirido dos mecanismos de implantación: en los sitios menos desarrollados y con más recursos para la economía, la guerra era el modo de control de la población; en los lugares más desarrollados fue la aparente apertura a la igualdad la que trajo consigo esa esterilización. Se acabó con el amor gracias a la pansexualidad y al poliamor. Bueno, no fue exactamente así. El efecto secundario de la pansexualidad y una heterofóbia galopante fue la esterilización. Lo normal es que uno elija a quien quiera o lo que quiera sin trabas, otra bien distinta es hacer una cultura que esterilice mientras te hace franja de consumo; es decir, te hace creer que estás escogiendo una opción que te da libertad y lo que están justamente es arrebatándotela. El poliamor, sin embargo daba cuenta de todo lo contrario al amor; se había llevado a la mayoría de la población de vuelta a la tribu, se fomentaba una cultura perversa y de una incestuosidad subterfugia, lo que provocaba confusión en los niños que desconocían los límites y lo que eran los borders pasó a ser los sin border. Con la ruptura del concepto de pareja, de la idealización para enamorarse -porque ya nadie dejaba que el otro le demandase, le pidiese, le amase-, las relaciones se convirtieron en un espejo de lo que era el poder, poder perverso y por otro lado narcisista. La gente tenía muchas relaciones, pero su narcisismo solo sustentaba el amor propio, de baja autoestima y no daba espacio a un amor al otro, porque amar significa mostrar tu debilidad y para eso hay que ser muy fuerte. Esta cultura perversa y narcisista tenía como efecto secundario la hipomanía, la depresión y un sentimiento de soledad desesperanzador. La hipomanía estaba de puta madre, cumplía con la obligación que la cultura había impuesto de ser feliz, pero claro, la depresión no era hipo, era a enteras, hiper o super, como queráis, en crudo, resaltaba el vacío interior que la ciencia a toda costa quería llenar. Inmortalidad, maravillas tecnológicas, la cura de todo, el cumplimiento de tus sueños… ¿Pero cómo vas a cumplir un sueño si es un sueño? En fin, que la población perdió su condición de subjetividad, se objetivó, se hizo una etiqueta para cada uno en la que la ciencia derrochó arte e ingenio para embaucar a la mayoría y la filosofía, el espíritu crítico, la divergencia, la disrupción, el mito, lo simbólico fueron exterminadas atrozmente, deletéreamente.



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